Me subo en la estación de Inage cuando llego con las maletas al escaparme de mi otra mitad, siempre busco un taxi de los tradicionales, la tranquilidad que busco en esos autos negros bien lustrados, el trabajo de mantener como una joya de la ciudad, la puerta se abre automáticamente frente a mis pasos y se baja quien me llevará por un camino diferente para llegar a casa (esos que habitualmente no transitas con esos buses azules con asientos acolchados) para recoger mis maletas y guardarlas con cuidado, se ordenan perfectamente dentro del espacio reducido.
Todo en su lugar, falta que yo me acomode en el asiento trasero... al sentarme observo los documentos del conductor, su foto y nombre, las mantengo en mi memoria durante todo el trayecto, pero tengo la extraña capacidad de recordarlo por una semana y a veces por más depende de mi atención.
La conversación se inicia siempre por el frío del invierno típico de febrero y si es que caerá la nieve esa noche, y me preguntan si soy extranjera o algo, explico por qué soy tostada y de nariz pronunciada contando un poco de mi vida, al escucharme recuerdan de algún amigo extranjero o un viaje que han hecho y comparten su momento... no sé cuantas veces repiten la historia o le dedicará a cada persona un relato distinto de su vivir... Luego llega el momento del silencio, pero de la estación a mi barrio queda a 20 minutos máximo, así que mantener la boca cerrada no dura por mucho tiempo, indico cual de todos es mi edificio y me trae de vuelta a salvo un extraño, con los guantes blancos impecable me entrega las maletas y yo cancelo lo que corresponde y se termina el pequeño transitar que disfruto extrañamente, una de las cosas que me gusta de mi pequeña ciudad.
Andar en taxi
Maya
Fotos: Buscadas en web